10 de marzo de 2011

Los extraños días circulares.


Se llaman obsesivos. Ese es su nombre real. Ponle apellido.

Se despierta con sol y nadie te avisa que en realidad afuera hay viento. Han talado los árboles de mi ventana. Han destruido esas horas de contemplación y de sombras. Se camina, se deshace uno (como el sentimiento de Amelie). Se buscan problemas y se encuentran. Se buscan soluciones, entretenimientos. Se olvida todo aquello que generó el que no hubiera un chocolate especial en la tienda. Se camina. Se sigue caminando. Se espera y lo ves. Ahí está él y todo obsesivo día circular se convierte en cualquier olvido. Se ama, se ama, se ama tanto que en ocasiones necesitas un mundo más grande. Un corazón más grande. Discúlpame, me pongo vulnerable, me convierto en un ser sensible, me derrumbo y sólo quiero gritar. Y se buscan pretextos y déjame decirte que serás el mejor padre y yo la mejor loca en ocasiones. Y decidimos fugarnos un rato y comemos y reímos y nos abrazamos. Y nos despedimos. Recuerdo que tal vez hoy o ayer probablemente haya olvidado cuando se le puso como título al día: obsesivo día circular. Pero al final se regresa al círculo y a partir de ese sentimiento empiezas a crear y a seguir creando historias lindas, proyectos y lo recuerdas y sonríes. Quisieras acelerar el tiempo, que hoy fuera uno de esos días que duran menos. Regresas a casa y te metes en el capullo y lees y lees y escribes y recuerdas que aquí están las imágenes salvándote del día circular. Del círculo. Del día. Sin la obsesión. Nada de extrañeza. Sólo amor.

P.d. Para un obsesivo día circular tú eres la única receta. La única.

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