4 de octubre de 2011

¿Acaso la universidad es el kinder de la vida?

Sí, llevaba días, semanas, pensando en esta entrada. De antemano sé que esto no va a ser lo mejor que haya escrito, pero tengo que decirlo. Desde que comenzó este nuevo semestre (mi séptimo) me doy cuenta de que en la universidad todavía puedes cometer errores grandotes, sí, así como cuando aprendiste a leer y a escribir. Recuerdas esos amigos que conociste al inicio, tal vez nunca los vuelvas a ver, sí, así como aquellos que te compartían de su lunch a la hora del recreo. 
Y la vida, a escasos semestres de graduarme parece una cacería, ya la gente empieza a reaccionar como si el final de la universidad y el fin del mundo fueran cosa semejante. Creo fervientemente en esa teoría: nunca nada será igual, ni mínimamente. Así que espero que estas amistades de estos últimos semestres sean más duraderas, que aquellos con los que hubo malentendidos sea sólo un problema de kinder que pueda resolverse con una gelatina o los hot cakes que hace tu abuela y te encantan. 
La situación es que para mi el kinder fue una época maravillosa. Sí, qué puedo decir si apenas tenía uso de la razón. Pues no, recuerdo aún sabores de gomitas que mi directora me daba de premio, mis compañeros, los nervios de mi primera presentación grupal, los recreos, el niñito que me regalaba su Yakult y un día me tomó de la mano. Recuerdo como mi abuelo iba por mi. Recuerdo cosas maravillosas de esa época. No quisiera que la universidad se convirtiera en ese recuerdo borroso, en esas horas de risas estruendosas, en esas tardes de café, esos desayunos de chilaquiles baratos. 
El Kinder nos preparó para vivir nuestra infancia. La universidad nos prepara para vivir nuestra "adultez". Y yo, tengo miedo, claro que sí y a la vez unas ansias increíbles de graduarme y ver como se vive la infancia de mi adultez.