11 de diciembre de 2008

Pobre lavadora.


Te levantas por la mañana y te das cuenta de que tu ropa se mediolavó, sí debería de estar aceptada esa palabra para definir esa situación en la que un pantalón de mezclilla está de la pierna seco y de la cadera empapado, ¿qué no se supone que al lavar todo es sumergido, todo se ahoga en el vacío? No sé como sucedió sólo levanté el teléfono y así como pedir una ambulancia, pedí a un técnico. 

Tuvieron que revisarla, desnudarla y yo estaba presente para que se sintiera un poco más cómoda, pero la dejaron así. Como si a nadie le importara un carajo lo que siente, mi prisa era bastante y necesitaba utilizarla así que le pedí paciencia y que me permitiera lavar en otros brazos, necesitaba sacar un olor urgentemente, hasta lo que no debía lavar lo tenía que lavar. Entendió pero no dejó de sollozar y con cada lágrima se sentía el olor de tantos detergentes: suave primavera, tango sensual, más oscura, más color, más blanco, más delicada. ¿Más comprensión? 

El olor invadió el edificio. Las ropa salía como se supone que debe salir de la lavadora. Y la otra se acostumbro al frío, hasta que volví a escuchar la puerta "Vine a arreglar la lavadora". Finalmente. Y traía en sus manos una pieza metálica, como si le fueran a cambiar la matriz para seguir gestando tantos olores y tantos recuerdos que se van con cada lavada. 

(A veces pienso que deberían de contratarme en General Electric por ese cariño tan intenso que le agarro a los instrumentos que facilitan mi vida)
La foto viene de aquí

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