9 de junio de 2009

El delirio.


Me gusta escuchar a Cibelle por las noches. Acurrucarme en las hojas de una libreta que cada día se acerca más a su final. Encontrar en las palabras de otros la certeza de uno mismo. En medio de la nada me encontré con el más terrible de los miedos: la incertidumbre ¿hay suelo o solo algas? A veces la mujer que se jacta de feminista quiere terminar horneando pasteles y sirviéndole el café a sus seres amados, otras tantas se burla de esta imagen y continúa leyendo historias de como dominar el mundo (lentamente). Con la delicia de una tarde de octubre uno se acuesta en medio de una cama adornada de blanco para desgastar su cuerpo, dejarlo lentamente caer en el más profundo silencio y luego rescatarlo. En las fotografías de ensueño intento reflejar mi alma, pero la mía tiene más colores vivos, menos ensueño. Más realidad. Encontraré esa tetera, para que juguemos a encontrar las galletas perdidas y al final leer las hojas del té. ¿Qué dice nuestro futuro? ¿Qué dijo nuestro pasado? Todos esos tiempos tienen miedo, el mar los absorbe, el cielo los reclama... las estrellas no pueden decir nada. ¿Por qué a veces me quedo sin manos para escribir? No quiero cordura, sólo un poco de cariño de parte de la hoja en blanco. Gritar... eso hace el aire a veces para que dejes de controlarlo. Y sí... brillamos y a veces sufrimos. Nos encandilamos en los colores que genera el cristal del florero más hermoso y ahí estamos de frente ante lo que más huimos.

Eventualmente le hacemos frente a todo y un poco de colores en una hoja ayudan a la marcha de las orquídeas... esa utopía que alguna flor encierra.

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