9 de junio de 2009

Un arrebato.


En un arrebato febril la gente de una cuadra salió corriendo. Se prepararon durante semanas enteras (yo diría que meses) en los que no se observaba alma alguna en la calle. Caminaban los turistas deseosos de ver rostros folclóricos. Y nada apareció.
De una noche a otra todos corrieron... desenfrenadamente.

Huyendo de la vida que se iba acortando día a día. Cada uno tomo un camino diferente; las madres abrazaron a sus hijos y les dijeron adiós. Los hombres se alejaron de sus mujeres con la intención de explorar geografías diferentes. Esa tarde los turistas sí conocieron el folclor de una humanidad desesperada. Agotada de vivir según la legislación vigente.

¿Y si todos huimos?

Nos volveríamos a encontrar en un callejón en el cuál la primera persona siempre esté presente, deseosa de hacerse plural. El llamado nosotros.

Y aunque pareciera que esta historia queda inconclusa, no hay mejor conclusión que el huir, ni mejor inicio que el planear una tregua. A veces quedamos inconclusos, otras tantas buscamos detalles precisos. A quien le importa lo que debe ser mientras viaja en la inmensidad de las olas.

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