12 de julio de 2009

Mi muy querida Gertrude:


Son muchas las coincidencias que me han puesto en tu camino.
Hoy nos topamos en una tarde de estudio, en la que yo leyendo las diferentes contrapoéticas norteamericanas me encontré contigo y sentí de pronto una afinidad de esas en las que encuentras a una nueva maestra.
La voz de la mujer se siente.

Una rosa es una rosa es una rosa es una rosa.

¡Escuchen! ¡Acaso no se dan cuenta que cuando el lenguaje era nuevo –como en Chaucer u Homero– el poeta podía usar el nombre de una cosa y la cosa realmente estaba ahí? Él podía decir "oh luna" "oh mar" "oh amor" y la luna y el mar y el amor realmente estaban ahí. ¿Y acaso no se dan cuenta que después de cientos de años que han pasado y miles de poemas que han sido escritos, el poeta podía invocar esas palabras y darse cuenta que no eran más que desgastadas palabras literarias? La excitabilidad del puro ser las había abandonado; éstas eran ya solamente palabras literarias más bien rancias. Ahora el poeta tiene que obrar en la excitabilidad del puro ser; él tiene que devolver la intensidad al interior del lenguaje. Todos sabemos que es difícil escribir poesía en una edad tardía; y sabemos que tiene que poner cierta extrañeza, algo inesperado, en la estructura del enunciado de tal manera que devuelva la vitalidad al sustantivo. No es suficiente ser bizarro; la extrañeza en la estructura del enunciado tiene que venir de un don poético, sin duda. A esto se debe la doble dificultad de ser poeta en una edad tardía. Ahora todos ustedes han visto cientos de poema acerca de rosas y ustedes saben en sus huesos que la rosa no está ahí... ¡Escuchen! No soy una tonta. Sé que en la vida diaria no andamos diciendo "es una... es... es..." sí, no soy una tonta; pero creo que en esa frase la rosa es roja por primera vez en la poesía en inglés desde hace mucho tiempo... (Gertrude Stein's America)

Y ahí dejé de respirar.

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