6 de febrero de 2009

Sonidos.


¿Alguna vez te has levantado en la madrugada y has sentido que las sombras se convierten en presencias?

Probablemente no es cualquier cosa. Ni la cosa es un juego de niños. Ni existen los fantasmas. Y esto es un conjunto de nimiedades.

Pero si te observo por las noches no es porque me entretenga viendo tu sonrisa al fantasear con esos países bucólicos encantados. 

Porque estando de frente al océano alguna vez me imaginé tu sonrisa y me aferré a la roca más cercana, la más grande (para mis proporciones) y la abracé como si quisiera embarazarme de ella.

Primero creí que te perdías en el silencio, después sentí que vivías callado en un mundo ruidoso. Finalmente supe que era pura charlatanería tu eres el ruidoso en este dilema que va enmudeciendo.

Pura y noble se sentía la princesa, adoraba a nuevos dioses paganos porque los de ella ya habían pasado de moda, pensaba que pocas palabras la llevarían a un lugar plagado de planetas pequeños.

Punzas. Sí. Cuando estas de frente siento que pierdes los estribos. Puntas punzantes eso es lo que tu cuerpo es cuando parece perdido. La punta de todo iceberg que se ha dado por descongelado.

¿Para qué? Todo esto es una pared de perlas, ellas han perdido su valor porque las piedras curan esas punzadas, sanan presencias que no existen por las noches. Practican el ruido para regresar las palabras a su permanente paciencia y la sonoridad ya no suena y se rompe cuando se agrega la letra esa.

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